domingo, 14 de febrero de 2016

La diablada de Oruro, narrativa de una ciudad

Danza de diablos y diablada son dos conceptos distantes. Aunque el primero coexiste en el segundo, es importante hacer notar que en esta distinción habita un argumento capaz de aclarar la forma de entender un producto cultural propio de una ciudad que se ha modelado con el tiempo y que, hoy por hoy, se constituye en la piedra angular de un Carnaval que es orgullo de toda la humanidad.

El diablo es una figura universal. Sus orígenes, tan antiguos como la vida misma, se encuentran arraigados a distintas regiones y culturas del mundo, donde se ha modelado una figura transgresora de la fe cristiana y, desde la cual, también se ha construido

un discurso basado en la oposición

del bien contra el mal.

Fruto de este principio filosófico que ha modelado el tiempo y la historia de la humanidad, muchas de las culturas que han sido influenciadas por la presencia católica en sus contextos han producido sus propias versiones danzadas de esta búsqueda humana, generándose de esta forma el rasgo común de las danzas o bailes de diablos en distintos continentes del planeta.

Sin embargo, la diablada es más bien el producto tangible de un proceso de apropiación y distinción del diablo católico en contacto con las formas de representación de los espíritus y fuerzas andinas que fueron transportadas como símbolos de identidad particular de distintos grupos culturales, desde distintas regiones de los andes centrales, a la ciudad de Oruro en sus momentos de auge minero, y que en su interior posee además un complejo proceso de distinción y luchas que han influenciado la forma de representación que hoy por hoy conocemos.

A diferencia de un baile o danza de luciferes, la diablada expresa más que la lucha del bien contra el mal. En ella se esconden antiguos ritos telúricos de agradecimiento a la producción

y reproducción de la vida, así como

la de los bienes materiales, mediante la representación de figuras tutelares asociadas con los cerros, lagos y los muertos; en donde los sonidos, brillos y colores también tienen una significación particular.

Si bien los datos históricos que se refieren a la diablada datan de 1904 con la aparición de una Comparsa de Diablos, impulsada por los matarifes de la ciudad de Oruro, no es sino hasta 1944 que la palabra y el concepto diablada aparecen por primera vez en la historia boliviana.

Fruto de la visión de jóvenes y profesionales de la clase media-alta,

que por distintas razones dejaban la comparsa diablesca de los matarifes, el 25 de febrero de 1944 fundan

la Fraternidad Artística y Cultural

La Diablada, para ser desde entonces protagonistas sustanciales en la manifestación festiva del pueblo orureño.

Lo que hasta entonces era una representación caótica y desordenada de pecados capitales enfrentados a un ángel, y matizados por figuras totémicas como el jukumari, el anut´ara, el Mallku y algunos titis o gatos, se ordenaba y uniformaba, para constituirse en una representación propia, de carácter y contenido netamente urbano, que se habría pensado y distinguido, a diferencia de su origen, para utilizarse en las calles y espacios de la ciudad de Oruro.

Con esa consigna aparecerían mu-chos de los elementos que conocemos hoy y que hasta antes de ser diablada no existían en este tipo de baile.

La coreografía, la necesidad de uniformar los pasos, las máscaras dejarían de cubrir solo el rostro y se adaptarían a toda la cabeza, y la estructura de la vestimenta en pleno, así como la métrica musical y la narrativa de un relato originario, se adaptaría pues para su representación en salones o teatros, no solo de Bolivia, sino también del mundo.

La condición de este nuevo grupo sobre el escenario festivo lo redefiniría absolutamente todo: artística y culturalmente vendrían a convertirse en espacios no solamente asociados con la peregrinación hacia la virgen, sino también la ocupación de las artes “cultas”, en las cuales se cultivarían nuevas formas de entender y reproducir culturalmente la visión del Carnaval.

Esa misma situación permitiría que con el tiempo muchos otros conjuntos emergieran, tanto del seno fraterno para la fundación de cuatro diabladas más, como también otras “fraternidades” de devotos con distintas voluntades y contextos de danza; por lo cual el Carnaval nunca más sería el mismo, hasta constituirse hoy en la dinámica y vertiginosa maravilla de la humanidad, que además de producir un fenómeno eminentemente local, también aportaría al diccionario de la lengua española con un nuevo término:

Diablada: f. Danza típica de la región de Oruro, en Bolivia, llamada así por la careta y el traje de diablo que usan los bailarines. (RAE)


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