Fue la cruz católica la que motivó la simbiosis del antiguo danzarín uru hasta resultar, tras un largo y complejo proceso de evolución, en el diablo occidental que ingreso en la mentalidad de los nativos durante la colonia.
La explotación de la plata en la serranía orureña condicionó a los mitayos para que ingresen al fondo de las minas y, al hacerse éste su modo de vida por varias generaciones, nació la imagen del protector y dueño de las riquezas del subsuelo: el Tio de la mina (tiw), que años después, tras la aparición de la Virgen del Socavón –según cuenta la leyenda- dió paso a una fusión cultural y de imaginario que predominó en la mayoría de los pobladores de la región, ya no solo los urus y otros originarios.
Así nació la danza de los diablos, como remembranza al dios protector de las profundidades y como autentica manifestación de gratitud a la Madre Tierra, poco a poco identificada y personificada en la Virgen del Socavón, cuya devoción estimuló rituales artístico-religiosos que partieron del “relato de los siete pecados capitales” hasta materializarse en una rica conjunción de danza, indumentaria, música y personajes: LA DIABLADA ORUREÑA.
Como la diablada surgió de la dramatización del “relato de los siete pecados capitales”, que a la vez fue un intento por evangelizar a la comunidad, sus protagonistas reflejan esa escena bíblica y los sincretismos originarios y regionales.
Estos son: el arcángel Miguel, Lucifer (rey del averno), Satanás, la China Supay, y la legión de diablos mas tarde aparecieron personajes como el Oso Jukumari y el condor: que enriquecieron la danza por su intima relación con la mitología Uru. Posteriormente aparecen las diablesas, chinas doble cara y virtudes.
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