Las comparsas de los diablos orureños surgieron hace unos ciento cincuenta años. Se crearon en homenaje a la Virgen del Socavón, patrona de los mineros. Según cuenta la tradición, esta Virgen asistió en sus últimos momentos a un hombre que no era dechado de virtudes precisamente. El sábado de Carnaval se inician las fiestas en su honor, recordando aquel suceso que, en verdad, constituye un milagro.
Otros señalan un origen algo más remoto, desde la Colonia probablemente, y su creación se debe a un sacerdote cuyo nombre no ha recogido la Historia. El pueblo que ha mantenido la tradición, lo hace de cualquier manera, en uno u otro caso, ya que la misma no es en esencia otra cosa que el espectáculo vivo de la lucha del Bien contra el Mal, la victoria sobre los siete pecados capitales y de todo el cortejo de Satanás, por la luz divina.
A la Virgen del Socavón, como decimos, tienen por patrona los mineros, orureños y hasta su altar van los diablos y humildemente le cantan:
Como en los cerros de estaño
derrama su luz el sol,
sobre nuestros corazones
derrama tu bendición.
Madre mía, ante tu altar
yo deposito mi suerte;
no la puedes desechar!
Aparte de la coreografía, de la que nos ocuparemos en seguida y que es realmente maravillosa, describiremos cl traje del diablo, obra extraordinaria del arte indio.
El cuerpo aparece cubierto casi totalmente por
una especie de buzo y malla blanca, que le ajusta como el que usan las bailarinas durante los ensayos. So-
bre este buzo llevan una coraza que les cubre el pecho y de la cintura prenden cuatro faldines: a cada
costado, uno adelante y otro atrás. Tanto la coraza
como los faldines están bordados con hilos de oro y
plata y adornados aquí y allá con piedras preciosas,
que cuando los recursos del diablo no son muy abundantes, las remplazan con vidrios de color que le dan
indiscutible efecto de grandeza. Sobre los hombros
llevan grandes charreteras y desde la nuca cáeles hacia atrás una mantilla de color verde o roja, que les llega hasta la cintura. Es curiosa la decoración que ofrece esta mantilla, pues en los cuatro extremos aparecen bordados animales fantástixos, comunmente reptiles de grandes dientes, suerte de dragones chinos que
vienen a simbolizar la fauna del Averno. Hacia abajo
remata en flecos de oro o plata.
El calzado está formado por un par de botas
que abrochan en cordón hacia adelante y que llegan
hasta la altura de la rodilla. Usan espuelas muy finas.
Las manos hállanse enguantadas y en una de
ellas, generalmente en la izquierda, llevan la represen
tación de un animal de mediano tamaño que suele ser
una serpiente o un lagarto o un tridente.
Lo más característico del diablo es la máscara. No hay en el Continente amerciano quien las haga ES
bellas y más diabólicas. Alcanzan, cortando as el
mentón hasta la punta de los cuernos unos cincuenta
o sesenta centímetros, es decir, que son realmente grandes. Todos los rasgos aparecen exagerados y afeaos: la nariz enorme y Pintada de rojo vivo; los ojos
saltones, hechos con bombillas eléctricas parecén desencajados de las órbitas; las cejas, construídas con ceras, tienen un largo de diez centímetros; las orejas verdaderas pantallas aparecen echadas hacia atrás y hacia arriba, para que no se escape ningún sonido: los
cuernos de unos treinta centímetros (pueden ser fijos
o movibles) enmarcan el lagarto que está montado enmarcado sobre la parte superior de la máscara, dispuesto a saltar y morder rabiosamente y los dientes están remplazados por espejitos de forma triangular con la base en la encia superior y las puntas hacia abajo o hacia arriba, apareciendo entrelazados por una pequeña víbora generalmente de color blanco o verde, tomando así la máscara un aspecto realmente aterrador.
El traje completo tiene un valor de medio millón de bolivianos en el menor de los casos, ascendiendo a más de dos millones cuando el diablo ha podido enjoyarlo con auténticas piedras preciosas, monedas de oro o plata, y detalles especiales. Por lo común se hereda, y cada nuevo vastago añade al traje lo que sus posibilidades económicas le permiten.
Cada uno de los integrantes de la diablada es,
además de eximio bailarín, músico de extraordinarias
condiciones.
La coreografía de la danza, según nos informan, ha sido inspirada en una leyenda de indiscutible
origen totémico: En el principio fueron el Cóndor,
la Serpiente y el Oso. Dios liberó a los habitantes del
infierno a fin de que asustaran a estos seres míticos,
pero sucedió que los diablos enfrentáronse en franco
antagonismo, decidiéndose, según el caso por acompañar en sus luchas intestinas al Cóndor, al Oso y a la
Serpiente, tomando instantáneamente y en forma individual las virtudes y defectos de sus defendidos.
Desde ese momento, se entabló una lucha a muerte
entre estos seres y la legión infernal, hasta que desde
el cielo bajó un ángel y So la paz a todos, dominando
con su bondad y su belleza incluso a los más insurrectos. Desde ese momento los diablos vencidos por el
ángel dejaron de luchar, y todo quedó en paz sobre la
tierra, desterrándose así de la misma, la discordia, el
mal y las furias.
No es extraño que asi sea, pues la versión de
Peláez de una diablada lo demuestra: El pasaje se inicia con el diálogo de dos poderosos ángeles, uno que
representa la armonía (Miguel) y el otro el descontento y la amargura (Lucifer). El punto donde tiene lugar la entrevista y controversia está en el límite mismo
del Averno, donde la diablada ha irrumpido en son de
guerra.